domingo, 8 de mayo de 2016

LA MUERTE ANDA EN MOTO


 La vida nunca ha sido fácil. El hecho de vivirla y menos en estos tiempos, es toda una aventura, todo un reto. Repito, la vida nunca ha sido fácil y menos para algunas personas.
Estamos conscientes que no para todos la vida es igual.

El medio en que nacemos, las circunstancias, la familia, el lugar, etcétera, dan grandes diferencias y formas de vida, unas más placenteras y otras más difíciles.

Ocupándonos en este espacio de los jóvenes hay grupos estudiantiles y sus días, no queremos decir que no tengan problemas, son marcados por una secuencia de grados escolares : primaria, secundaria, preparatoria y carrera.  
También sabemos que por desgracia existe el otro extremo. Sin medios económicos, sin escuela, o mejor dicho dónde la “escuela” es la calle.

Sin oficio ni beneficio muchos prefieren la libertad de vida sin horarios, sin compromisos, viviendo el momento sin ambiciones de ninguna clase empujados por la miseria y el abandono de sus propios padres, cayendo en el vicio, tal vez en la delincuencia y naturalmente con muchas probabilidades de acabar en la cárcel. 

Pero hay otro grupo de jóvenes que, ni son de los primeros de los que hablábamos, ni son del grupo de los segundos. Diríamos están en el medio de estás dos poblaciones.

Son esos muchachos cuya escolaridad fue breve, casi siempre por verse obligados a trabajar  desde temprana edad para subsistir o para ayudar a una familia grande y con penurias económicas. Estos son los chicos que luchan a “brazo partido” en la vida, que son trabajadores, que son honestos y desean de algún modo abrirse camino no robando, no asaltando, sino desempeñando un buen papel en la sociedad de los jóvenes voluntariosos y decentes que quieren ganar su dinero con base en el esfuerzo y en el cumplimiento del deber.
   
A estos jóvenes yo los he visto. Todos los hemos visto. Son aquellos que van sorteando los coches, atravesando calles y avenidas haciendo cabriolas audaces en el tráfico de la gran ciudad manejando con pericia sus motocicletas.
   
Cuentan por ahí que si su pizza no llega en 30 minutos, usted no la paga … ¿será verdad?. Si es el lema o gancho de algunas empresas a mi me da escalofríos.
La muerte anda en moto podríamos decir. El muchacho que la lleva a entregar arriesga su vida. Entonces, su vida tiene el precio de una pizza, de unos tacos, de unas “flautas” etcétera…
¡Hay que hacer la entrega y son 30 minutos, ni uno más, el plazo de esa oferta mortal!.
Los portadores de estos alimentos  solicitados por teléfono son “ kamikaces”  y también son un inminente riesgo para los que transitan en sus vehículos.
   
Tal vez las empresas que los obligan a estas carreras desesperadas no han tenido que lamentar ningún accidente serio, en ocasiones mortal, pero si tan solo hubiera habido uno, sería para tener en la conciencia una culpa difícil de borrar.

La vida moderna, el lograr un empleo hoy en día es un deseo acuciante, especialmente en estos jóvenes que no tienen muchas oportunidades para obtener un poco más de desahogo económico y no es equitativo que para ello tengan que arriesgar cada 30 minutos su vida.
¿Habrá una ley justa para esta clase de vehículos que tenga apoyo y también responsabilidades para el que va desafiando a su propia muerte.


Sobre el texto de María Esther Ariño