La vida nunca ha sido fácil. El hecho de
vivirla y menos en estos tiempos, es toda una aventura, todo un reto. Repito,
la vida nunca ha sido fácil y menos para algunas personas.
Estamos conscientes que no para
todos la vida es igual.
El medio en que nacemos, las
circunstancias, la familia, el lugar, etcétera, dan grandes diferencias y
formas de vida, unas más placenteras y otras más difíciles.
Ocupándonos en este espacio de los
jóvenes hay grupos estudiantiles y sus días, no queremos decir que no tengan problemas,
son marcados por una secuencia de grados escolares : primaria, secundaria,
preparatoria y carrera.
También sabemos
que por desgracia existe el otro extremo. Sin medios económicos, sin escuela, o
mejor dicho dónde la “escuela” es la calle.
Sin oficio ni beneficio muchos
prefieren la libertad de vida sin horarios, sin compromisos, viviendo el
momento sin ambiciones de ninguna clase empujados por la miseria y el abandono
de sus propios padres, cayendo en el vicio, tal vez en la delincuencia y naturalmente
con muchas probabilidades de acabar en la cárcel.
Pero hay otro grupo de
jóvenes que, ni son de los primeros de los que hablábamos, ni son del grupo de
los segundos. Diríamos están en el medio de estás dos poblaciones.
Son esos muchachos cuya escolaridad
fue breve, casi siempre por verse obligados a trabajar desde temprana edad para subsistir o para
ayudar a una familia grande y con penurias económicas. Estos son los chicos que
luchan a “brazo partido” en la vida, que son trabajadores, que son honestos y
desean de algún modo abrirse camino no robando, no asaltando, sino desempeñando
un buen papel en la sociedad de los jóvenes voluntariosos y decentes que
quieren ganar su dinero con base en el esfuerzo y en el cumplimiento del deber.
A estos jóvenes yo los he visto. Todos los hemos visto. Son aquellos que
van sorteando los coches, atravesando calles y avenidas haciendo cabriolas
audaces en el tráfico de la gran ciudad manejando con pericia sus motocicletas.
Cuentan por ahí que si su pizza no llega en 30 minutos, usted no la paga
… ¿será verdad?. Si es el lema o gancho de algunas empresas a mi me da
escalofríos.
La muerte anda en moto podríamos
decir. El muchacho que la lleva a entregar arriesga su vida. Entonces, su vida
tiene el precio de una pizza, de unos tacos, de unas “flautas” etcétera…
¡Hay que hacer la entrega y son 30
minutos, ni uno más, el plazo de esa oferta mortal!.
Los portadores de estos
alimentos solicitados por teléfono son “
kamikaces” y también son un inminente
riesgo para los que transitan en sus vehículos.
Tal vez las empresas que los obligan a estas carreras desesperadas no
han tenido que lamentar ningún accidente serio, en ocasiones mortal, pero si
tan solo hubiera habido uno, sería para tener en la conciencia una culpa
difícil de borrar.
La vida moderna, el lograr un
empleo hoy en día es un deseo acuciante, especialmente en estos jóvenes que no
tienen muchas oportunidades para obtener un poco más de desahogo económico y no
es equitativo que para ello tengan que arriesgar cada 30 minutos su vida.
¿Habrá una ley justa para esta
clase de vehículos que tenga apoyo y también responsabilidades para el que va
desafiando a su propia muerte.
Sobre el texto de María Esther Ariño
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